sábado, 28 de mayo de 2016

Seguirnos

Imagina volver a bailar juntos, sabernos solos

en el centro de la pista, donde

todos puedan mirarnos de lejos.

Ser tu y yo.

Seguirte y que me sigas,

hasta perdernos en nuestro bosque

impenetrable.

Encontrarnos y ser dos desconocidos.

Mirarnos y olernos de nuevo.

Descubrir que tu piel ya era mi piel mucho antes del tiempo

y de la nada.

Bailar,

bailar juntos

hasta que nos apaguen las luces.





de El Proyecto Imagina

lunes, 23 de mayo de 2016

SUPERPODERES





El chico maravilla
reina en la ciudad del pecado. Ella lo corrobora nada más bajarse del tren y descubrir que él no la está esperando en el andén. Por un momento trata de recordar si habían acordado algo al respecto pero enseguida lo deja e inconscientemente perdona el agravio al no considerarlo como tal. La estación bulle de gente que va y viene a ninguna parte. Tirando de su pequeña maleta con ruedas, ella observa a aquellos viajeros sin destino mientras camina con sus pasos cortos e imperceptibles y se pregunta si alguien habrá venido a esperarlos a ellos, deseando al mismo tiempo que no sea así. Se coloca sus gafas oscuras, las que tienen forma de corazón, y llega hasta la puerta de salida a la calle no sin antes haber chocado con varias personas que, como siempre, parecen no haberla visto. No hay rastro alguno de sol y el día se torna oscuro nada más empezar.

El chico maravilla tiene su palacio en una de las angostas callejuelas del centro. Ella le pregunta al taxista si la conoce y este arranca sin contestar. Durante el trayecto se dedica a mirar por la ventanilla las postales que le ofrece aquella capital del libertinaje y el deseo. Observa a las niñas, caminando con descaro por las aceras mojadas de neón, mostrando sin vergüenza cuanta carne les permiten sus ajustados vestidos. Observa a los niños, husmeando en las esquinas, apoyados en paredes de ladrillo garabateadas de sangre, vitoreando el paso de las hembras que pasan por su lado. Y ella se baja la falda ligeramente de forma automática, mientras lo recuerda a él tumbado en la hierba, mirando hacia el cielo hombro con hombro, el día que lo conoció. Recuerda las palabras exactas, la mirada de fuego. Recuerda las manos heladas en sus piernas y la culpa al llegar a casa. De la promesa rota también se acuerda. Se revuelve incomoda en aquel taxi sucio y enseguida llega a su destino. Paga intentando sonreír pero el taxista coge el dinero sin soltar una sola palabra. Al salir del coche nota el viento frío subiéndole por la espalda. Se coloca el abrigo y hace por buscar su reflejo en un escaparate de una tienda de ropa de segunda mano, con la intención de retocarse el peinado pero, por más que se mueve frente al mismo, no acierta a distinguir su silueta. No consigue ver nada más que los vestidos de fiesta usados que, al otro lado del cristal, buscan su segunda oportunidad. A ella le parecen preciosos y algo se le encoge en el estómago.

El chico maravilla abre la puerta sin preguntar primero. Ella ha llamado al timbre con la sensación de estar pidiendo un favor, y cuando él ha aparecido vestido con su uniforme de caza y la sonrisa cargada, le han temblado las piernas y casi no ha podido ni saludar. Un Hola sin sonido ha salido de su garganta. El chico maravilla parece extrañarse de verla allí y con un gesto de cabeza la hace pasar. No sabía que vendrías, le dice él mientras se gira sobre sí mismo y se interna por los pasillos de su guarida secreta. Ella se siente translúcida, más aún, y las palabras le atraviesan como una flecha a una manzana. Rotundas, devastadoras. Agarra su pequeña maleta con ruedas y se arrastra tras él por aquel laberinto oscuro. Huele a perversión, piensa, y enseguida llegan a lo que parece el salón principal. Allí las huestes del chico maravilla retozan impúdicas por todos lados. Una pareja de jóvenes (un duende y un hada del bosque, piensa ella) yacen acurrucados en un sofá estrecho, cuerpo contra cuerpo, mientras sus manos se pierden entre las ropas del otro. Algunos hombres bajitos escupen groserías de pie junto a la ventana, soltando humo de sus pipas con olor a sándalo e incienso. Una chica con cresta se empolva la nariz sobre el espejito mágico en una de las esquinas. El resto de la habitación aparece poblada de personajes que a ella le parecen salidos del inframundo. Todos parecen bailar, gritar y divertirse. El chico maravilla la invita a sentarse y le dice Coge una cerveza del barreño y suelta tus cosas por ahí, estás en tu casa. Y dejándola sola allí en medio, él se sienta enseguida junto a una chica preciosa vestida de color esmeralda que no deja de mirarlo. Ella no sabe qué hacer, como moverse en aquel terreno, y trata de decir Hola a todo el mundo pero nadie parece escucharla. Nadie la oye. Nadie la ve. Nerviosa, agarra una cerveza nueva del cubo y se sienta en un sillón demasiado hondo para una chica de su tamaño, sus rodillas casi le quedan a la altura de la cara. Y desde allí mismo, parapetada tras su propio cuerpo, descubre al momento que su maleta se ha quedado abandonada en medio de todo el jaleo, pero ya es demasiado tarde. Alguien la golpea al pasar y esta se abre al chocar contra el suelo. Toda su ropa bien planchada y almidonada queda esparcida por la sala. Es cuestión de segundos que sus bragas y encajes terminan pisoteados por todos. Nadie parece darse cuenta. Bebe un trago de cerveza. Está caliente, piensa.

El chico maravilla ejerce su poder sin moverse de su trono. Desde allí domina todo cuanto abarca su vista y aún más allá. Desde allí hace y deshace a su antojo, cambiando el flujo de acontecimientos con un simple chasquido de dedos. Él es la ley en la ciudad del pecado y así lo siente ella cuando, desde su rincón apartado del salón, lo contempla con la boca abierta. Lo observa riendo con la mandíbula desencajada mientras despliega su carisma arrebatador en todas direcciones. Su magnetismo se esparce por todos los rincones, expandiendo su semilla en el ambiente y asegurándose así la potestad de toda futura camada que pudiera surgir a consecuencia del devenir de la noche. Y esa bruja vestida de esmeralda junto a él parece hoy su reina consorte, con sus piernas larguísimas y su escote abisal, con sus labios rojos de muerte y sus rizos interminables cayendo en vertical hacia el suelo. Lo tiene hechizado, se dice convencida pues no entiende que solo tenga palabras para aquella bruja esmeralda. Dónde están las aventuras que él le prometió, se pregunta a sí misma, Dónde el amor que sin lugar a dudas iba él a regalarle si le dejaba pasear entre sus piernas. Ella bebe despacio para no atragantarse mientras cada recuerdo roto le va nublando la vista. A su lado se ha sentado un hombre vestido totalmente de negro, con capa y capucha cubriéndole la cabeza por completo que parece mirarla sin mirarla. Y allí se ha quedado, petrificado junto a ella, sorbiendo de poco en poco su copa de vino escarlata, mientras su mirada cadáver parece decidida a conseguir un trofeo para colgar en la pared de su casa. Pero ella sabe que no puede verla, por muy cerca que esté de ella no la ve ni la verá nunca. Muy poca gente consiguió verme alguna vez, piensa de repente, y entiende en el acto que su destino es estar sin estar, que su vida transcurrirá imperceptible como un río subterráneo en mitad del desierto. Y aprovecha que la bruja esmeralda ha desaparecido un momento dirección a cualquier parte para levantarse, etílica y embriagada de decisión y recuerdos, y encaminarse hasta el trono del chico maravilla que, infalible en sus virtudes, la localiza y sitúa al instante frente a él. Y así, se levanta de un salto mortal y la recibe de frente, con los brazos abiertos y el corazón olvidado en alguna esquina perdida del universo. Y antes de que ella diga nada, la agarra por la cintura con un movimiento tan rápido como imposible, imperceptible para cualquier ojo humano, y se la lleva medio a rastras hacia alguna de las mazmorras de su guarida supersecreta. Ella se deja empujar hacia el lado oscuro pues hace unas horas ya que cree haber perdido hasta la dignidad. Su cuerpo se estremece al contacto con la mano poderosa del chico maravilla y mientras evoca cada momento de aquel día en el que se entregó a él con irracional pasión, se promete a sí misma no dejarlo escapar. Cree por un momento estar enamorada y cierra los ojos mientras atraviesa el corredor. Fuera, en la calle, se acaba de hacer de noche. Casi seguro que va a llover.

El chico maravilla sabe lo que hace. Se nota que no es su primera vez. Casi sin darse cuenta, ella se ha visto desnuda casi por completo. La única ropa que él le ha permitido conservar, que él ha decidido que mantenga, son sus braguitas y sus calcetines a rayas. Ella, acostumbrada a que nadie la vea, se ha sentido el centro del mundo cuando él le ha dicho al oído que esta noche está preciosa. La sangre, revolucionada. Y, totalmente a oscuras, totalmente ajena a lo que acontece fuera de aquellas cuatro paredes, se deja hacer sin oponer resistencia. Las defensas han caído y el poder del chico maravilla se ha hecho dueño y señor de su cuerpo. Siente sus dedos recorriéndole la espalda y buscar cobijo allá donde encuentran alguna entrada aún sin derribar. Siente su aliento invencible calentándole los lóbulos, el cuello y los senos endurecidos. Calentándole el ombligo y la entrepierna. Y se deja saborear su centro de poder mientras se escucha a si misma jadear de placer. Y, lejos de asustarse, se entrega totalmente a aquel superhéroe, y pierde el sentido, o así lo cree, cuando él la ahoga con su ímpetu de asesino conquistador. Está de rodillas en el suelo y fuera de su cuerpo al mismo tiempo, flotando por el techo de la habitación de forma astral mientras observa como él la agarra fuertemente de los hombros y la obliga a no separarse de su pubis hinchado y violento hasta casi estrangularla, hasta que vierte en su boca toda su simiente tibia y espesa. Ella está en éxtasis, aterrorizada y excitada a partes iguales. Y sigue flotando por el techo, incapaz de asimilar que esa mujer que ahora está tirada en el suelo es ella. Incapaz de asumir que tarde o temprano ha de volver a poseer su cuerpo, volver a la realidad de su mundo transparente. Y es así que, en ese estado de pérdida que se encuentra, no advierte como la puerta se ha abierto y el hombre vestido de negro se ha colocado a su lado en silencio. Ha soltado su copa de vino escarlata y tras un gesto de aprobación del chico maravilla, que descansa ahora sobre la cama mientras se regeneran sus poderes, se ha lanzado implacable sobre ella. Los dedos huesudos y ásperos parecen querer cubrirla por completo. Ella ya se ha dado cuenta de que el invasor es más fuerte y de que su héroe no va a hacer nada por salvar a la dama. Y el hombre de la capucha le clava su aguijón envenenado y cabalga jadeante sobre ella en travesía por el valle de la muerte. Quiere gritar pero ceja en su empeño. Sabe que por mucho que diga, por mucho que haga, nadie la verá nunca.



Apenas pudo rescatar una camiseta y una falda de las que andaban tiradas por el salón del chico maravilla. Al despertar de aquel mal viaje no quedaba nadie en el palacio. Sucia y despeinada ha llegado a la estación y se ha acercado a la taquilla, sin dinero, con la esperanza de poder volver a su casa. Cómo te llamas pequeña, le ha preguntado alguien, y ella, entusiasmada por la atención recibida, se ha pensado la respuesta.
Soy, o era, la chica invisible, ha dicho en voz baja.





viernes, 6 de mayo de 2016

ESTO SÍ QUE ES ARTE


Me quedé muy sorprendido cuando le dijeron que no. Que aquello no era de la categoría suficiente para poder exponerlo en su galería. Que el arte era otra cosa y, por supuesto, no lo que ella les estaba proponiendo. Eran unos galeristas serios, afirmaban categóricamente rodeados de lienzos a medio pintar y de artilugios vacíos colocados de forma inverosímil sobre peanas inertes. A ella se le vino el mundo al suelo y las lágrimas comenzaron a caerle, despacio, por la cara pintada de rojo brillante. Se quedó allí de pie, sintiendo vergüenza por primera vez desde que había concebido aquella obra. Su gran obra de arte. Y no entendía nada y se cubría los pechos con los brazos temblorosos mientras se recordaba frente al espejo, bailando en silencio y dejando caer de su pelo en movimiento miles de partículas de purpurina que empapaban todo, que volaban por la habitación manchándome la sonrisa mientras yo la observaba feliz desde la cama. Sí era arte. Para ella sí. Y para mí, también.

Al salir a la calle le puse mi abrigo por encima. Y aunque me lo rechazó, le insistí en ello. No porque me importara que todo el mundo girase la cabeza al verla pasar desnuda sino porque los poros de su piel, hinchados, delataban que estaba pasando frío.




...............................................................................................................................Ilustración de Suna Sun