viernes, 3 de abril de 2020

PERRO MUERTO


Salí de aquel garaje abandonado que nos había hecho de refugio durante los últimos meses dejando la puerta abierta, con la vaga esperanza de que alguien encontrara el cadáver de mi abuelo. Ya dejaba entrever los primeros signos de putrefacción. No podía darle sepultura. No sabía. No quería. Había estado tres días mirándolo fijamente, sin moverme del sitio. Casi sin dormir. Fascinado con cada pequeño cambio que conseguía distinguir en su piel con el paso de las horas. Observando cómo los ojos se iban hundiendo en las cuencas, cada vez más grandes y tenebrosas. El rigor mortis cada vez más pronunciado, transformando su expresión en algo tan grotesco y tan maravilloso como para no olvidarlo nunca. Y de repente se despertaba, se levantaba. Y me volvía a penetrar con su mirada severa, señalándome. Lo veía allí, riéndose de mí por perder el tiempo moviendo carne muerta de un lado a otro. Señalando y corrigiéndome. Molestándose con cada acción titubeante que pudiera realizar, con cada comentario estúpido, con cada mueca fuera de lugar. Y enseguida volvía a estar allí, tirado y muerto. Y ya no podía enseñarme a ser un hombre y me dejaba volver a trepar a los árboles, a jugar con mis lápices, a correr con mi perro. Y entonces pensaba en mi perro y en cómo podría alimentarlo con toda aquella carroña, en lo feliz que le hubiera hecho mordisquear aquel cuerpo y desgarrarle la musculatura poco a poco. Pero mi perro ya no estaba y lo único que me acompañaba en aquel lugar era el hambre y la locura.

Ya en el exterior, la claridad me dañó los ojos, cristalizándome los párpados y arañándome las córneas en cada pestañeo. El sol de invierno seguía sin aparecer en el cielo y la gigantesca nube de humo gris seguía instalada allí, cubriéndolo todo de polvo y ceniza. Y, aún incapaz de recordar sus rostros, aún sin el menor recuerdo más que el de su existencia miserable , pensé en aquellos que una vez fueron mi familia mientras caminaba rápido, esquivando la mirada de la gente que dormía en las aceras, agachando la cabeza para no ver la miseria en la que se había convertido el mundo. Y me supe solo. Y no supe dónde estaba. Totalmente perdido. Tan solo una carretera y la nada en todas direcciones. Una vieja autovía abandonada. Y a lo lejos, un coche. Viene a recogerme, eso pensé, viene a por mí. Y me hice ver.

Apenas levante el dedo y aquel Mercedes bien cuidado y aséptico paró a un escaso palmo de mi cuerpo. El calor del motor impregnando mi piel. El temblor de las lunas cosquilleándome las pupilas. El conductor me hizo señales para que me acomodara en el interior. Ni siquiera me asomé. Abrí la puerta del copiloto y dejé caer mi cuerpo sobre el sillón de cuero exageradamente brillante y confortable. Allí dentro olía a pino. Olía a aquellos pequeños ambientadores en forma de arbolito que vendían en las gasolineras cuando estas todavía existían. El Mercedes arrancó y, abandonando la vieja autovía, nos internamos en el bosque por una carretera secundaria por la que tenía pinta de no haber pasado nadie en años. Estaba seguro de que así era. Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que ninguno de los dos abriéramos la boca. Sabes disparar, me preguntó. Quería haberle respondido que sí pero, sin embargo, me limité a mantener fija la mirada en la línea imaginaria que separaba la carretera en dos carriles. La miraba fijamente pero ya no estaba, no existía. Recordé a mi familia y aquella vez que mi madre me dejó olvidado en la fábrica de agua, en la mirada que tenían todos cuando pude volver a casa solo y ocupé de nuevo un sitio en la mesa del comedor. Recordé la comida caliente y el tintineo y chocar de vasos y cubiertos y la cabeza se me inundó de ruidos que ya no existían. El motor apenas se escuchaba y parecía que nos deslizáramos sobre el asfalto, cada vez más escaso hasta casi no existir. Desde mi posición podía verle las manos a aquel hombre. Aun llenas de manchas por la edad, se veían fuertes y recias. Brillantes. Hidratadas diariamente con cremas caras de farmacia. Uñas impecables. Reloj de oro, camisa de botones. El volante, al contrario, denotaba la ansiedad del conductor en su excesivo desgaste. Lo giraba con suavidad y las curvas de aquella autopista de madera y huesos, de piedras y barro, apenas se notaban, consiguiendo que, cuando por fin llegamos a nuestro destino, tuviera la sensación de no haber estado nunca allí, de haber atravesado un agujero de gusano y ser la misma persona a pesar de haber estado viajando allí dentro durante horas. Durante días. De haberme metido en aquel coche siendo un crío y haber atravesado mi vida entera sin cambiar ni un ápice mi aspecto de niño estúpido y bobo al poner de nuevo mis pies sobre la tierra seca del exterior. Baja, me dijo aquel hombre, baja y abre la puerta de acceso. Y como si aquella mansión fuera mía y me reconociera al llegar, la puerta exterior se deslizó, suave, por los goznes oxidados. Una tonelada de hierro forjado dejándose llevar por mi mano ajada y sucia. La parcela era infinita y no tenía más que dos cipreses, quizás los últimos del mundo y, entre ambos, una casa blanca y enorme. Una casa sin ventanas, a modo de bunker. O quizás sí tenía ventanas y yo las he olvidado, mi mente descartándolas por necesidad. Por miedo. Por la angustia de la luz solar. El hombre condujo hasta el final del camino que dejaba frente a la entrada y yo lo seguí, lánguido y disperso, a pie y sin saber por qué. Y al bajar del coche, pude verlo. Era un hombre normal. Mayor, cuidado, bien vestido, gris, normal. Podría ser mi abuelo. Era mi abuelo. Mi abuelo ya muerto, en su Mercedes brillante y limpio, llevando a su nieto al campo, a ver los árboles y el río. Era mi abuelo y no. Y, señalándome el maletero, me acerqué desde donde me había quedado parado, absorto, para llegar justo en el momento en el que aquel viejo sacaba su escopeta del mismo. Sonreía, juraría que estaba sonriendo. Pero no recuerdo su cara y tampoco su sonrisa. Y la escopeta, abierta en dos sobre su brazo, bailaba al ritmo de sus pasos mientras el hombre la cebaba de cartuchos con su mano libre, de forma diestra y acostumbrada, casi sin mirar lo que hacía, llevándome a su lado como dócil y abducido escudero, hasta llegar a la entrada misma del bunker y adentrarnos en él con la única luz que la que entraba del exterior por la puerta abierta de la casa. Estaba todo destrozado. Había heces y muebles rotos por toda la estancia principal. Las camas llenas de pelos y meados, los armarios abiertos y la ropa revuelta. Los libros poblaban las esquinas, devorados, destrozados. En la cocina no se podía ni entrar. Todo roto, todo sucio, todo muerto. Y allí, justo en medio del caos, el perro. Aquel perro precioso y majestuoso, dormido sobre la alfombra. Y el rechinar de la escopeta cerrándose en sí misma, el graznido del percutor, la violencia del fogonazo. Y los sesos del animal pringándolo todo. La sangre caliente y viscosa bajándome por la frente en busca de mis lagrimales. El latido de mi corazón y la presión sobre mis sienes, acompasándose al jadeo del perro, aún vivo, antes del segundo disparo. La nausea, el asco. La verdad sobre mi vida y sobre el sinsentido de mi existencia, de la del perro, de la de aquel hombre de la escopeta. De la de mi abuelo.


De nuevo en el coche, tras haber enterrado al perro bajo uno de los cipreses, me preguntó si me dejaba en algún sitio. No contesté. Mis ojos volvían a estar fijos en la línea de la carretera que, por alguna razón, comenzaba a materializarse de nuevo, permitiendo que otra vez se distinguiera el camino de ida del camino de vuelta.

sábado, 15 de febrero de 2020

sábado imposible

lo idílico de despertarse una mañana antes de tiempo debido al esclavismo tatuado en tu cerebro del diario; la lectura interrupta de la mañana por los gritos teatralizados y las onomatopeyas sonoras y catódicas; la grasa y el azúcar, el mármol y el azulejo, la porcelana y el petróleo, el perfume y el salfumán que pueblan tu cocina; el triunfo del capitalismo dibujado al mismo tiempo en dos zapatillas, las converse hechas pedazos que por fin me aventuro a tirar a la basura y las trendy de startup que descubro nuevas años después en el hueco de la escalera; deslizarse por los pasillos del super a ritmo de piano sin pensar que el camino de regreso a casa puede ser para siempre y costarme la vida; el sol de invierno sobre la franela usada, la crema de cara en el pecho, la estampa familiar idílica que deja la felicidad que pudieras creer haber rozado alguna vez tan lejos que ni siquiera es un jodido grano de cuarzo en el desierto; la siesta con luz natural, las revistas de tendencias y las magdalenas caseras, todo oliendo a café recién exprimido.

solo son las seis. pero es sábado.

y todo es tan perfecto, como siempre dentro de tu rutina, que nunca lo dirías posible

sábado, 25 de enero de 2020

salida de emergencia

ven, túmbate aquí en el suelo, a mi lado, y deja que el humo suba hasta el techo, que se acumule en los altos de la habitación mientras nosotros, desde aquí, nuestro rincón, vemos aproximarse el fuego.

viernes, 6 de diciembre de 2019

primeras lluvias

solo faltaría que lloviese un poco ahí fuera para terminar de convencerme de que, escondido bajo la manta blanca del salón y protegido por mi libro y por mi café y por la chimenea aún apagada de la pared, es la mañana perfecta aunque todavía esté esperando verte aparecer con el pelo alborotado y los ojos negros limpios de rímel y tenga que decirte que me beses, que me gusta tu piel caliente a primera hora cuando es toda para mí, aunque solo sean unos minutos, unos segundos, un leve roce de hola y adiós aquí estoy pero tampoco mucho y me dejes ahí sentado, en el sillón que tuvimos que comprar tantas veces, tratando de creérmelo todo y de decir que sí, que al final lo conseguimos y que la hierba del campus de ciencias aún recuerda nuestro esplendor

puedo esperarte aquí cada mañana si quieres, aunque no termine de empezar a llover

jueves, 28 de noviembre de 2019

No Tengo A Nadie

No puedes recordar tu nombre en el desierto porque allí no hay nadie para hacerte daño.

Me voy para allá, creo que nunca he estado.

domingo, 20 de octubre de 2019

1 2 3 4 Fin de la Historia

He vuelto a ver amanecer esta mañana, de libro en libro, camino de Marte. La desgracia del maleficio preparándome el café cada día en una casa dormida. La ansiedad, al otro lado del cristal, transformada en lluvia de octubre.

Puedo.

jueves, 12 de septiembre de 2019

COLIFLONI

Mientras repartía droga esta mañana por las aldeas de Sierra Morena, justo en el punto medio de la comarcal que une Los Altos con Los Bajos y que marca el pequeño cementerio que comparten, me han saltado los Vetusta Morla en la radio del coche diciendo algo así como que descubrieron que, al final, las palabras que no existen nos pueden salvar. Y de repente mi mente se ha visto envuelta en una niebla densa y fugaz que, al desaparecer, ha dejado únicamente, en letras abombilladas y parpadeantes, y gigantes sobre fondo blanco, la palabra COLIFLONI.

Ya casi no me quedan secretos.

Ustedes quizás no lo entenderéis, no la habéis escuchado nunca. No existe. Pero yo estoy vivo gracias a ella.

Sí señor. COLIFLONI



sábado, 5 de agosto de 2017

Burbuja

Dónde estás, desde que eres padre has madurado, me han dicho.

Mira hacia arriba, sigo siendo una burbuja, les he respondido..



..toma escucha esto es un regalo se parece a tu amigo un concierto en un barco vas a venir si quieres te dejo el disco y te lo grabas a mi me encantan las canciones son un poco raras la gente puede que no nos entienda pero por qué escuchas esas cosas tan raras sigue estudiando y déjate de cantar niño yo sé que fumas droga vamos al parque que quiero besarte pero para ir vayamos nadando a crol...mi vida mis veinte años aquellos que ya no tengo pero que viví en Sevilla con todos ellos..

¿Cuánto falta para que se hable de El Hombre Burbuja como un grupo de culto?

domingo, 16 de julio de 2017

Cara B

Me gusta la B, el segundo plato y ser cabeza de ratón. El grupo de los nerds, la banca del fondo y comerme el bocadillo a solas.
No me gustan Sheya ni Brandon ni el realmadrí.

Eso es.

Y así es..

viernes, 14 de julio de 2017

Las Lisbon en IKEA

Me he sentado frente a un espejo de artista, rodeado de bombillas, para probar la mesa abatible que tenía debajo. IKEA, viernes por la tarde. Todo funcional. Se ha acercado una cría. No sé, siete años, ocho quizá. Rubia, ojos azules, pelo alborotado. Ha sonreído. Ha dicho Hola sin dejar de moverse, inquieta, a mi alrededor. Y entonces se ha puesto de puntillas, y abrazándome, me ha dado un besino en la frente. Se ha ido tan tranquila junto con su madre y, supongo, sus hermanas. Eran cuatro o cinco. Todas iguales, como las Lisbon. Me he quedado absorto mientras las veía desaparecer entre los muebles de oficina. Y me he acordado de la fascinación que de crío sentía cada vez que conseguía ver como el Sol se escondía bajo el mar, atravesando el horizonte.

Hoy tengo un concierto pero yo ya tengo suficiente.

domingo, 9 de julio de 2017

boom

La que más me golpeó, la bomba atómica en mi cabeza. Sí, creo que sí. Si tuviera que decidirme por una sería por esta. Y lo cambió todo. A partir de entonces, todo (y todo es todo) fue diferente. Y ahora, yo.

sábado, 24 de junio de 2017

antimalaria

Pedirle al camarero unas aguas tónicas. Guiñarle el ojo y hacer como que le disparas con el dedo. Mantenerle la mirada.

Vivirlo..

domingo, 11 de junio de 2017

Santa Olaya del CALA VENTO

No hace demasiado que la puse, en un bucle continuo, desde Sevilla hasta Santa Olaya. O más allá, no recuerdo. Atravesando túneles, montaña abajo, y gritando. Desde fuera no se me notaría, iría siguiendo las leyes escritas del tráfico rodado y la conducta cívica del buen conductor. Pero dentro de la cabina iba saltando sobre el asiento, totalmente poseído por la nostalgia, la melodía y el subidón de los imbéciles. Con lágrimas cayendo alegremente por las mejillas. Llorando, por lo que fuera pero llorando. A mi lado, mi corazón de copiloto, enredado en sus historias. Rayado y ensimismado, recordando fiestas y desplantes. Recordando nombres y bailes. Y canciones. Y lugares donde estuvo sin estar y donde jamás volverá a estar. Viajando junto a mí como un extraño, despechado en su fuero interno.

No puedo decir si me sentó bien o no.

Quizás sí..

sábado, 11 de febrero de 2017

Escribir

Imagina tener su pelo entre tus manos una vez más, verte envuelto en su aroma de sangre y flores de nuevo. El primer amor acariciándote la espalda, besándote el cuello, respirando, al compás, en tu oído.

La fuerza y las ganas de vivir.

Saber que era lo correcto y que has de retomar el camino que lleva hasta la plenitud de su juventud, entregada a ti como dádiva insuperable.

Volver a escribir su nombre en la arena y pelear al mar su ímpetu destructivo.

Saber quién eres.

Y serlo.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Tombuctú

Este año, en el tradicional juego del amigo invisible que cada año celebramos tras la comida familiar en la casa del pueblo de mi familia política, me había tocado Suna Sun como sujeto a regalar. Fácil. Elegir el regalo no fue el problema (un grabado de Laffón, un artista francés que vive en el país vasco y que va de feria en feria vendiendo su obra y que nos encanta) sino mantener el secreto de que ella era mi amiga invisible. Vivo con María y mantener un secreto nunca fue uno de mis fuertes. Elegí a su tío como falso destinatario de mi regalo de cara a sus preguntas. He mantenido el tipo más o menos bien, sorteando su cuestionario acerca del tema como he podido. Esta mañana, justo antes de irnos y mientras hojeábamos el catálogo de Ikea bajo una manta gris, caliente y algo roída por el tiempo que lleva entre nuestras piernas, me ha preguntado qué libro le había comprado finalmente a su tío (suelo regalar libros siempre que el destinatario lo merece y lo soporta). Sin tiempo para pensar, le he respondido "Tombuctú" de Paul Auster, pues es el último que me he comprado, hace apenas un mes, en la feria de libros usados de la Plaza Nueva. Llevaba varios meses detrás de la edición de Anagrama pues Auster ha cambiado de manos y ahora lo lleva Booket, y teniendo casi todos en la editorial de Herralde, y siendo como soy completista, no quería quedarme sin él (lo encontré en el stand de la librería Boteros, en la cual jamás he conseguido entrar pues siempre que tengo un rato y me acerco, está cerrada y me tengo que conformar con ver a través del cristal antirrobo sus estanterías de suelo a pared y su sillón de lectura ajado). Se ha quedado muy callada. Después ducha, ropa, baño niños, vestir niños, carretera, bienvenida, risas, comida, mazapanes caseros y, por fin, reparto de regalos. Y ahí ha llegado el giro de tuerca austeriano. Cuando el miniyo2 me ha acercado el regalo que mi amiga invisible me había regalado, no he podido más que sonreir cuando al abrir la envoltura de papel marrón de la FNAC, me he encontrado con un ejemplar de "Tombuctú" de Paul Auster en mis manos.
Auster, maldito bastardo, sé que has orquestado todo esto desde tu despacho de Brooklyn. Me pregunto si no soy yo uno más de tus personajes y el azar que ronda mi vida desde que tengo uso de razón no surge del universo sino de tu estilográfica goteante. Te odio.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Cage VS The President

El ganador de las presidenciales norteamericanas debería enfrentarse en una segunda ronda contra Nicolas Cage, así en plan monstruo final de pantalla, para terminar de demostrar su valía y liderar así el mundo libre sin que nadie tuviera duda de su espíritu grandilocuente e imperecedero.


lunes, 7 de noviembre de 2016

Seca

He despojado al corazón
de su papel dorado
agua y tierra, barro
espantapájaros de mármol
en un campo sembrado

Solo hay sangre
sangre seca
seca
sangre sola


viernes, 28 de octubre de 2016

Informactivos


Pequeños que se salvan de una caída desde un tercer piso, jóvenes que evitan ser violadas en último momento, aumento de la esperanza de vida media, auroras boreales y rayos verdes a deshora y a la vista, nacimientos de linces y ballenas, curas que abandonan los hábitos por amor (a otros curas, a jóvenes prostitutas que dejarán la calle por ellos), intercambio de armas por flores, descubrimientos asombrosos (radios en color, donuts sin boquetes), encuentros en la tercera fase o brotes espontáneos de tolerancia en grupos de radicales (libres, de los que oxidan y se combaten con zumo de naranja)... No sé cómo aún a nadie se le ocurrió crear un informativo exclusivo de buenas noticias. Ese sí sería un buen uso que darle a la televisión. Eso creo yo.

jueves, 27 de octubre de 2016

SINESTESIA SONORA (II)

Aquí estoy sentado en un sofá de flores, mientras la brisa me impregna la piel de salitre. Tengo siete años y la sensación de que la vida me cabe en el bolsillo. Escucho el mar gritando al otro lado de la calle.

Mi abuela es un zumo de piña y mi abuelo una tarde de cine.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Filosofía Evaluable

El descubrimiento de una droga nueva,

la inmediatez de la adolescencia,

un VHS

grabado desde una moto en marcha,

cielo empapado de noche.

Todo eso éramos, todo todos.


lunes, 24 de octubre de 2016

Este Año Invierno

Hace frío y se me ha helado

el tronco velloso entre tus manos,

las hojas secas de mis brazos,

la savia muerta,

el polen de arena,

los ojos tiernos de escarcha

y el viento furioso que movía mis pasos.


He muerto en invierno,

de nuevo

ahora.

Este año.





miércoles, 12 de octubre de 2016

SINSTESIA SONORA (I)

Debieran existir títulos de crédito en nuestro día a día, música introductoria a cada gesto cotidiano por pequeño que fuera.

Aquí estoy mirándola dormir desde la puerta antes de darme la vuelta mientras la imagen se funde a negro.


domingo, 11 de septiembre de 2016

Nicolas Cage Performing Your Life


Nicolas Cage haciendo de Nicolas Cage en un biopic sobre Nicolas Cage. Nicolas Cage como un pequeño Nicolas Cage recien nacido que no para de llorar. Nicolas Cage haciendo de un adolescente Nicolas Cage con chorreras invitando a una chica al baile. Nicolas Cage haciendo de un joven Nicolas Cage con el corazón destrozado. Nicolas Cage haciendo de Nicolas Cage en el baño. Nicolas Cage sonriendo como Nicolas Cage en su propio funeral.

En Hollywood no tienen imaginación. Estoy malgastando mi vida vendiendo drogas.

domingo, 14 de agosto de 2016

Misisol Relami

La vida,
una cuerda de guitarra,
hierro y aire,
es una espada.
Ya no duele al sonarla
no tiene alma
ni tiene mástil
solo canciones que no existen,
canciones muertas,
que te mecen envuelto
en cuero y lana
hasta las puertas del infierno
donde ya nadie te espera.

Nadie.

Nadie.

Nadie y nunca.
Una cuerda de guitarra
quebrándose
justo antes de llegar
a donde por fin ganabas.


jueves, 28 de julio de 2016

Metalírismo

Esta noche, el rato que dormía, sonaba todo el rato esta canción. De banda sonora. Yo soñaba. Sabía que era un sueño, joder. Y me preguntaba que de dónde carajo salía esa música y que por qué José Domingo. Era metalirismo. Quería cambiar la banda sonora pero me era imposible hacer nada más que seguir soñando moviendo la cadera, cimbreante, al ritmo de la música, mientras los objetos cambiaban de forma y lugar entre mis manos. En mi cabeza.

Y desperté y no se oía nada. Todo era silencio. La mañana era silencio. La mañana.

Mañana ya no.

sábado, 28 de mayo de 2016

Seguirnos

Imagina volver a bailar juntos, sabernos solos

en el centro de la pista, donde

todos puedan mirarnos de lejos.

Ser tu y yo.

Seguirte y que me sigas,

hasta perdernos en nuestro bosque

impenetrable.

Encontrarnos y ser dos desconocidos.

Mirarnos y olernos de nuevo.

Descubrir que tu piel ya era mi piel mucho antes del tiempo

y de la nada.

Bailar,

bailar juntos

hasta que nos apaguen las luces.





de El Proyecto Imagina

lunes, 23 de mayo de 2016

SUPERPODERES





El chico maravilla
reina en la ciudad del pecado. Ella lo corrobora nada más bajarse del tren y descubrir que él no la está esperando en el andén. Por un momento trata de recordar si habían acordado algo al respecto pero enseguida lo deja e inconscientemente perdona el agravio al no considerarlo como tal. La estación bulle de gente que va y viene a ninguna parte. Tirando de su pequeña maleta con ruedas, ella observa a aquellos viajeros sin destino mientras camina con sus pasos cortos e imperceptibles y se pregunta si alguien habrá venido a esperarlos a ellos, deseando al mismo tiempo que no sea así. Se coloca sus gafas oscuras, las que tienen forma de corazón, y llega hasta la puerta de salida a la calle no sin antes haber chocado con varias personas que, como siempre, parecen no haberla visto. No hay rastro alguno de sol y el día se torna oscuro nada más empezar.

El chico maravilla tiene su palacio en una de las angostas callejuelas del centro. Ella le pregunta al taxista si la conoce y este arranca sin contestar. Durante el trayecto se dedica a mirar por la ventanilla las postales que le ofrece aquella capital del libertinaje y el deseo. Observa a las niñas, caminando con descaro por las aceras mojadas de neón, mostrando sin vergüenza cuanta carne les permiten sus ajustados vestidos. Observa a los niños, husmeando en las esquinas, apoyados en paredes de ladrillo garabateadas de sangre, vitoreando el paso de las hembras que pasan por su lado. Y ella se baja la falda ligeramente de forma automática, mientras lo recuerda a él tumbado en la hierba, mirando hacia el cielo hombro con hombro, el día que lo conoció. Recuerda las palabras exactas, la mirada de fuego. Recuerda las manos heladas en sus piernas y la culpa al llegar a casa. De la promesa rota también se acuerda. Se revuelve incomoda en aquel taxi sucio y enseguida llega a su destino. Paga intentando sonreír pero el taxista coge el dinero sin soltar una sola palabra. Al salir del coche nota el viento frío subiéndole por la espalda. Se coloca el abrigo y hace por buscar su reflejo en un escaparate de una tienda de ropa de segunda mano, con la intención de retocarse el peinado pero, por más que se mueve frente al mismo, no acierta a distinguir su silueta. No consigue ver nada más que los vestidos de fiesta usados que, al otro lado del cristal, buscan su segunda oportunidad. A ella le parecen preciosos y algo se le encoge en el estómago.

El chico maravilla abre la puerta sin preguntar primero. Ella ha llamado al timbre con la sensación de estar pidiendo un favor, y cuando él ha aparecido vestido con su uniforme de caza y la sonrisa cargada, le han temblado las piernas y casi no ha podido ni saludar. Un Hola sin sonido ha salido de su garganta. El chico maravilla parece extrañarse de verla allí y con un gesto de cabeza la hace pasar. No sabía que vendrías, le dice él mientras se gira sobre sí mismo y se interna por los pasillos de su guarida secreta. Ella se siente translúcida, más aún, y las palabras le atraviesan como una flecha a una manzana. Rotundas, devastadoras. Agarra su pequeña maleta con ruedas y se arrastra tras él por aquel laberinto oscuro. Huele a perversión, piensa, y enseguida llegan a lo que parece el salón principal. Allí las huestes del chico maravilla retozan impúdicas por todos lados. Una pareja de jóvenes (un duende y un hada del bosque, piensa ella) yacen acurrucados en un sofá estrecho, cuerpo contra cuerpo, mientras sus manos se pierden entre las ropas del otro. Algunos hombres bajitos escupen groserías de pie junto a la ventana, soltando humo de sus pipas con olor a sándalo e incienso. Una chica con cresta se empolva la nariz sobre el espejito mágico en una de las esquinas. El resto de la habitación aparece poblada de personajes que a ella le parecen salidos del inframundo. Todos parecen bailar, gritar y divertirse. El chico maravilla la invita a sentarse y le dice Coge una cerveza del barreño y suelta tus cosas por ahí, estás en tu casa. Y dejándola sola allí en medio, él se sienta enseguida junto a una chica preciosa vestida de color esmeralda que no deja de mirarlo. Ella no sabe qué hacer, como moverse en aquel terreno, y trata de decir Hola a todo el mundo pero nadie parece escucharla. Nadie la oye. Nadie la ve. Nerviosa, agarra una cerveza nueva del cubo y se sienta en un sillón demasiado hondo para una chica de su tamaño, sus rodillas casi le quedan a la altura de la cara. Y desde allí mismo, parapetada tras su propio cuerpo, descubre al momento que su maleta se ha quedado abandonada en medio de todo el jaleo, pero ya es demasiado tarde. Alguien la golpea al pasar y esta se abre al chocar contra el suelo. Toda su ropa bien planchada y almidonada queda esparcida por la sala. Es cuestión de segundos que sus bragas y encajes terminan pisoteados por todos. Nadie parece darse cuenta. Bebe un trago de cerveza. Está caliente, piensa.

El chico maravilla ejerce su poder sin moverse de su trono. Desde allí domina todo cuanto abarca su vista y aún más allá. Desde allí hace y deshace a su antojo, cambiando el flujo de acontecimientos con un simple chasquido de dedos. Él es la ley en la ciudad del pecado y así lo siente ella cuando, desde su rincón apartado del salón, lo contempla con la boca abierta. Lo observa riendo con la mandíbula desencajada mientras despliega su carisma arrebatador en todas direcciones. Su magnetismo se esparce por todos los rincones, expandiendo su semilla en el ambiente y asegurándose así la potestad de toda futura camada que pudiera surgir a consecuencia del devenir de la noche. Y esa bruja vestida de esmeralda junto a él parece hoy su reina consorte, con sus piernas larguísimas y su escote abisal, con sus labios rojos de muerte y sus rizos interminables cayendo en vertical hacia el suelo. Lo tiene hechizado, se dice convencida pues no entiende que solo tenga palabras para aquella bruja esmeralda. Dónde están las aventuras que él le prometió, se pregunta a sí misma, Dónde el amor que sin lugar a dudas iba él a regalarle si le dejaba pasear entre sus piernas. Ella bebe despacio para no atragantarse mientras cada recuerdo roto le va nublando la vista. A su lado se ha sentado un hombre vestido totalmente de negro, con capa y capucha cubriéndole la cabeza por completo que parece mirarla sin mirarla. Y allí se ha quedado, petrificado junto a ella, sorbiendo de poco en poco su copa de vino escarlata, mientras su mirada cadáver parece decidida a conseguir un trofeo para colgar en la pared de su casa. Pero ella sabe que no puede verla, por muy cerca que esté de ella no la ve ni la verá nunca. Muy poca gente consiguió verme alguna vez, piensa de repente, y entiende en el acto que su destino es estar sin estar, que su vida transcurrirá imperceptible como un río subterráneo en mitad del desierto. Y aprovecha que la bruja esmeralda ha desaparecido un momento dirección a cualquier parte para levantarse, etílica y embriagada de decisión y recuerdos, y encaminarse hasta el trono del chico maravilla que, infalible en sus virtudes, la localiza y sitúa al instante frente a él. Y así, se levanta de un salto mortal y la recibe de frente, con los brazos abiertos y el corazón olvidado en alguna esquina perdida del universo. Y antes de que ella diga nada, la agarra por la cintura con un movimiento tan rápido como imposible, imperceptible para cualquier ojo humano, y se la lleva medio a rastras hacia alguna de las mazmorras de su guarida supersecreta. Ella se deja empujar hacia el lado oscuro pues hace unas horas ya que cree haber perdido hasta la dignidad. Su cuerpo se estremece al contacto con la mano poderosa del chico maravilla y mientras evoca cada momento de aquel día en el que se entregó a él con irracional pasión, se promete a sí misma no dejarlo escapar. Cree por un momento estar enamorada y cierra los ojos mientras atraviesa el corredor. Fuera, en la calle, se acaba de hacer de noche. Casi seguro que va a llover.

El chico maravilla sabe lo que hace. Se nota que no es su primera vez. Casi sin darse cuenta, ella se ha visto desnuda casi por completo. La única ropa que él le ha permitido conservar, que él ha decidido que mantenga, son sus braguitas y sus calcetines a rayas. Ella, acostumbrada a que nadie la vea, se ha sentido el centro del mundo cuando él le ha dicho al oído que esta noche está preciosa. La sangre, revolucionada. Y, totalmente a oscuras, totalmente ajena a lo que acontece fuera de aquellas cuatro paredes, se deja hacer sin oponer resistencia. Las defensas han caído y el poder del chico maravilla se ha hecho dueño y señor de su cuerpo. Siente sus dedos recorriéndole la espalda y buscar cobijo allá donde encuentran alguna entrada aún sin derribar. Siente su aliento invencible calentándole los lóbulos, el cuello y los senos endurecidos. Calentándole el ombligo y la entrepierna. Y se deja saborear su centro de poder mientras se escucha a si misma jadear de placer. Y, lejos de asustarse, se entrega totalmente a aquel superhéroe, y pierde el sentido, o así lo cree, cuando él la ahoga con su ímpetu de asesino conquistador. Está de rodillas en el suelo y fuera de su cuerpo al mismo tiempo, flotando por el techo de la habitación de forma astral mientras observa como él la agarra fuertemente de los hombros y la obliga a no separarse de su pubis hinchado y violento hasta casi estrangularla, hasta que vierte en su boca toda su simiente tibia y espesa. Ella está en éxtasis, aterrorizada y excitada a partes iguales. Y sigue flotando por el techo, incapaz de asimilar que esa mujer que ahora está tirada en el suelo es ella. Incapaz de asumir que tarde o temprano ha de volver a poseer su cuerpo, volver a la realidad de su mundo transparente. Y es así que, en ese estado de pérdida que se encuentra, no advierte como la puerta se ha abierto y el hombre vestido de negro se ha colocado a su lado en silencio. Ha soltado su copa de vino escarlata y tras un gesto de aprobación del chico maravilla, que descansa ahora sobre la cama mientras se regeneran sus poderes, se ha lanzado implacable sobre ella. Los dedos huesudos y ásperos parecen querer cubrirla por completo. Ella ya se ha dado cuenta de que el invasor es más fuerte y de que su héroe no va a hacer nada por salvar a la dama. Y el hombre de la capucha le clava su aguijón envenenado y cabalga jadeante sobre ella en travesía por el valle de la muerte. Quiere gritar pero ceja en su empeño. Sabe que por mucho que diga, por mucho que haga, nadie la verá nunca.



Apenas pudo rescatar una camiseta y una falda de las que andaban tiradas por el salón del chico maravilla. Al despertar de aquel mal viaje no quedaba nadie en el palacio. Sucia y despeinada ha llegado a la estación y se ha acercado a la taquilla, sin dinero, con la esperanza de poder volver a su casa. Cómo te llamas pequeña, le ha preguntado alguien, y ella, entusiasmada por la atención recibida, se ha pensado la respuesta.
Soy, o era, la chica invisible, ha dicho en voz baja.





viernes, 6 de mayo de 2016

ESTO SÍ QUE ES ARTE


Me quedé muy sorprendido cuando le dijeron que no. Que aquello no era de la categoría suficiente para poder exponerlo en su galería. Que el arte era otra cosa y, por supuesto, no lo que ella les estaba proponiendo. Eran unos galeristas serios, afirmaban categóricamente rodeados de lienzos a medio pintar y de artilugios vacíos colocados de forma inverosímil sobre peanas inertes. A ella se le vino el mundo al suelo y las lágrimas comenzaron a caerle, despacio, por la cara pintada de rojo brillante. Se quedó allí de pie, sintiendo vergüenza por primera vez desde que había concebido aquella obra. Su gran obra de arte. Y no entendía nada y se cubría los pechos con los brazos temblorosos mientras se recordaba frente al espejo, bailando en silencio y dejando caer de su pelo en movimiento miles de partículas de purpurina que empapaban todo, que volaban por la habitación manchándome la sonrisa mientras yo la observaba feliz desde la cama. Sí era arte. Para ella sí. Y para mí, también.

Al salir a la calle le puse mi abrigo por encima. Y aunque me lo rechazó, le insistí en ello. No porque me importara que todo el mundo girase la cabeza al verla pasar desnuda sino porque los poros de su piel, hinchados, delataban que estaba pasando frío.




...............................................................................................................................Ilustración de Suna Sun

sábado, 30 de abril de 2016

Horizonte



Detrás del horizonte,

ese era tu escondite.

Pero yo una vez te vi

desde la playa.



(de Verano Lánguido de Cuerpos Flotando en el Mar)

lunes, 25 de abril de 2016

ENTREVISTA





Sentados frente a frente, entrevistador y candidato se escrutaban mutuamente. El lugar, una suite no demasiado amplia de un hotel del centro de la ciudad. Al otro lado del cristal, el Sol se paseaba perezoso. El verano daba sus últimos coletazos.

Hábleme usted de su educación, le preguntó solemne. El candidato parecía confiado en sus posibilidades, apenas se inmutó ante aquella cuestión. Por la ventana, la luz del mediodía disimulaba las grietas de la pared. Una vez tuve un padre, contestó. Estuvo allí desde el principio, no recuerdo otra situación. Amaba a mi madre, es lo único de lo que estoy seguro acerca de él, que era apasionado. Eso sí, nunca lo vi llorar. Perdón, no es cierto. Una vez lloró frente a mí. Fue recordando a su padre. Él tenía uno también. Yo no voy a llorar. Después tuve un hijo. Yo le quise siempre, incluso después de llegar a conocerle. Es falso eso que dicen que nunca se llega a conocer a nadie, y menos a un hijo. Yo conocí al mío. Por lo menos hasta que se fue de casa. A partir de entonces mentiría si dijera que fue igual. Imagino que, algún día, llorará recordándome. Yo no lo haré.

El entrevistador comenzaba a disfrutar. La primera, en la frente. Intentó hacer memoria. No recordaba ninguna respuesta de aquel calibre en su carrera. Ninguna.

¿Tiene experiencia en el puesto? ¿Ha desempeñado alguna función similar en antiguos empleos? Probó con la doble pregunta. Comenzaba a intuir que con este individuo las opciones eran infinitas. El candidato le observaba serio, parecía divagar mentalmente, pisar tierras lejanas desde aquella silla dura de hotel. La vida da muchas vueltas, comenzó a responder, la época que pasé en la calle me curtió con creces en todos los aspectos de la inmundicia. Ha usted de saber que he cercenado varias vidas con mis manos, tanto físicas como espirituales, y sin demasiado esfuerzo, créame. Tardé poco tiempo en darme cuenta de que si uno insiste puede conseguir cualquier cosa, por imposible que parezca. Basta con ser tozudo. Actualmente es la única manera de conseguir algo. Y calumniando, por supuesto. Miente que algo queda. Ese ha sido mi canon desde siempre. Y aquí estoy. Cualquiera se sentiría orgulloso de mí ¿No opina usted lo mismo?

El entrevistador se retorció en su asiento. Se sentía totalmente abrumado ante las palabras de aquel hombre. Tiene demasiado ego, pensó, eso debe ser positivo. Lo apuntó en su cuaderno sagrado, el mismo donde anotaba la lista de la compra. Lo miró con ojos inquisidores mientras sopesaba cuál sería la siguiente pregunta que le lanzaría.

Explíqueme lo que más le gusta del puesto ofertado, se decidió a preguntar. El candidato pareció dudar. Se rascó la barbilla y abrió la boca para hablar. Si es usted tan amable, dijo, me va a permitir que le hable con sinceridad. Jamás vi nada igual. Tenía la secreta esperanza de que algún día podría contemplar de cerca alguna belleza del calibre de esa mujer. Así que cuando la vi por primera vez, en medio de aquella sala aséptica, supe que tenía que ser mía. No la he vuelto a ver, pero lo haré. Muchas noches he soñado con ella. Me trae loco, no me deja vivir. Esa es la razón. Y no me mire usted así, que también es un hombre y sabe de lo que le hablo.

Jamás se había cruzado con alguien así. Jamás. Tenía don de palabra, seguridad en su expresión. Sabía perfectamente de lo que hablaba. Era el candidato perfecto. Pero aún así, el entrevistador quería asegurarse. Le haría la pregunta definitiva.

Dígame cuáles son sus aspiraciones económicas. El candidato frunció el ceño al escuchar aquella pregunta. Se quedó pensando. El silencio se apoderó de aquella sala. Pasaron varias horas. El entrevistador lo miraba fijamente, gozando secretamente del espécimen que tenía delante. Llegó la noche. El teléfono rompió el silencio. Lo dejaron sonar hasta que se calló cansado. Por fin, el candidato abrió la boca. Ha de estar seguro, comenzó con gesto serio, que moriré antes de dejarme vencer por la adversidad. Que lucharé frente a los infames molinos con los ojos vendados, seguro que lo haré. Es todo lo que puedo decir.

El entrevistador no cabía en sí de gozo. Se puso en pie, excitado, tirando su libreta por los suelos, la silla por los suelos, su dignidad por los suelos. El puesto es suyo, gritó mientras abrazaba al candidato. Usted vale demasiado, amigo, demasiado.

Al otro lado del cristal, la luna clareaba. Acababa de empezar el invierno.

sábado, 16 de abril de 2016

El Pozo de los Deseos

Imagina caminar a través del sendero de un pliegue de tu piel cansada y llegar hasta el pozo de los deseos. Asomar la cabeza despoblada y ver reflejado en el fondo la sonrisa del muchacho que una vez fuiste.

Y volver a reir mientras no te arrepientes de nada..



De El Proyecto Imagina

viernes, 8 de abril de 2016

Novela (I)


Será extraña, pero será. Pero novela.

Tengo una visión constante. Los veo jugando en la ribera de un río y amándose entre los cañaverales. Veo polvo y tardes de color rojo sangre. Hace calor. Veo como se hieren y se espolean hacia el abismo unos a otros. El tiempo dibujando, con letra de calografía, heridas invisibles bajo la piel. Rencor, odio y redención. Sexo y saliva. Veo casi todo. En forma de fotografías color sepia.

Pongámoslo en orden. Busquemos el tiempo necesario. Asesinemos a Pizarnik, a Durás. Arranquémosle las entrañas a Panero. Asesinemos a todos.

Es imposible, si no, llegar hasta el final.


1.
Durante las marchas, te quedabas rezagada en el camino, siempre la última en la fila de muchachos de sed y cantimplora. Él y yo marchábamos siempre a la cabeza del grupo, indiferentes a tus pasos, ajenos a tu cuerpo sucio y sudado y a su caminar espeso. Aunque siempre alguno, finalmente, terminábamos acabábamos mirando hacia atrás.
Estoy seguro que de eso jamás te diste cuenta.

2.
Te dije quítate la ropa y ni si quiera te diste cuenta de quién te hablaba. Mi cara quizás hubiera cambiado pero mis ojos seguían siendo los mismos. Tú te desnudabas frente a un extraño que antes fue tu piel y yo mientras yo te observaba desde detrás del espejo. Pero ahora era yo quien daba las órdenes. Del todo, niña, del todo. Mira a cámara y di tu nombre.
Traté por todos los medios que se notara lo que estaba disfrutando.

3.
Jacob te atusaba el pelo mientras yo te observaba desde la otra punta de la mesa. Me fascinaba ver como sus dedos largos y delgados desenredaban tu cabello maltratado por el cloro y el sol. La delicadeza de sus movimientos no se correspondía con la expresión de su rostro, con sus ojos grises totalmente desaparecidos. Y enseguida él te empujaba o te arañaba la cara en un arrebato mudo y colérico. Siempre lo hacía. Y tú no decías nada.
Mi sopa siempre estuvo fría nunca estuvo caliente.

4.
Allí, con la cabeza invertida, la espuma de la boca y la saliva te corrían mejilla abajo de forma viscosa y renqueante. Pensé, no sé bien por qué, en lava ardiente moldeando por al azar la ladera del volcán que la escupió insolente. Se me antojó que en ambos casos, la cicatriz permanecería hasta la próxima erupción.
Volví a acometerte mientras miraba de frente tu sexo seco.

5.
Te quedaste tumbada sobre el sofá de plástico, cubierta de semen, brillante y desnuda como una fruta almibarada. Tratabas de sonreír pero el asco se te notaba a distancia. Eso es lo que quise pensar, que sentías asco por lo que acababa de hacer con tu cuerpo. Pero no estaba del todo seguro. Te había sentido estremecer durante la cabalgada y hubiera jurado que, aunque sólo fuera un poco, realmente habías disfrutado sintiéndote mancillada, potreada. Reventada.
Tenías los ojos cerrados, pegajosos. Recuerdo tu bracear torpe tratando de encontrar algo con que limpiarte los párpados. Recuerdo acercar la cámara hasta dejarla a escasos centímetros de tu cara, tu aliento sobre el objetivo, el río negro y salvaje de rímel surcándote los pómulos. Tengo ese plano fijo en mi memoria y es al que más recurro. Una y otra vez.
Una y otra vez.

martes, 29 de marzo de 2016

Ballena Blanca


Buscar tumbado en el lecho

gozar de su cuerpo ajado,

ballena blanca endemoniada

guiándome al precipicio.

Mutar mi mano a un extraño

perdido en el laberinto.

Puedo imaginar así entonces

como hendir mi falo muerto




de niño.




(de Verano Lánguido de Cuerpos Flotando en el Mar)

viernes, 25 de marzo de 2016