lunes, 25 de abril de 2016

ENTREVISTA





Sentados frente a frente, entrevistador y candidato se escrutaban mutuamente. El lugar, una suite no demasiado amplia de un hotel del centro de la ciudad. Al otro lado del cristal, el Sol se paseaba perezoso. El verano daba sus últimos coletazos.

Hábleme usted de su educación, le preguntó solemne. El candidato parecía confiado en sus posibilidades, apenas se inmutó ante aquella cuestión. Por la ventana, la luz del mediodía disimulaba las grietas de la pared. Una vez tuve un padre, contestó. Estuvo allí desde el principio, no recuerdo otra situación. Amaba a mi madre, es lo único de lo que estoy seguro acerca de él, que era apasionado. Eso sí, nunca lo vi llorar. Perdón, no es cierto. Una vez lloró frente a mí. Fue recordando a su padre. Él tenía uno también. Yo no voy a llorar. Después tuve un hijo. Yo le quise siempre, incluso después de llegar a conocerle. Es falso eso que dicen que nunca se llega a conocer a nadie, y menos a un hijo. Yo conocí al mío. Por lo menos hasta que se fue de casa. A partir de entonces mentiría si dijera que fue igual. Imagino que, algún día, llorará recordándome. Yo no lo haré.

El entrevistador comenzaba a disfrutar. La primera, en la frente. Intentó hacer memoria. No recordaba ninguna respuesta de aquel calibre en su carrera. Ninguna.

¿Tiene experiencia en el puesto? ¿Ha desempeñado alguna función similar en antiguos empleos? Probó con la doble pregunta. Comenzaba a intuir que con este individuo las opciones eran infinitas. El candidato le observaba serio, parecía divagar mentalmente, pisar tierras lejanas desde aquella silla dura de hotel. La vida da muchas vueltas, comenzó a responder, la época que pasé en la calle me curtió con creces en todos los aspectos de la inmundicia. Ha usted de saber que he cercenado varias vidas con mis manos, tanto físicas como espirituales, y sin demasiado esfuerzo, créame. Tardé poco tiempo en darme cuenta de que si uno insiste puede conseguir cualquier cosa, por imposible que parezca. Basta con ser tozudo. Actualmente es la única manera de conseguir algo. Y calumniando, por supuesto. Miente que algo queda. Ese ha sido mi canon desde siempre. Y aquí estoy. Cualquiera se sentiría orgulloso de mí ¿No opina usted lo mismo?

El entrevistador se retorció en su asiento. Se sentía totalmente abrumado ante las palabras de aquel hombre. Tiene demasiado ego, pensó, eso debe ser positivo. Lo apuntó en su cuaderno sagrado, el mismo donde anotaba la lista de la compra. Lo miró con ojos inquisidores mientras sopesaba cuál sería la siguiente pregunta que le lanzaría.

Explíqueme lo que más le gusta del puesto ofertado, se decidió a preguntar. El candidato pareció dudar. Se rascó la barbilla y abrió la boca para hablar. Si es usted tan amable, dijo, me va a permitir que le hable con sinceridad. Jamás vi nada igual. Tenía la secreta esperanza de que algún día podría contemplar de cerca alguna belleza del calibre de esa mujer. Así que cuando la vi por primera vez, en medio de aquella sala aséptica, supe que tenía que ser mía. No la he vuelto a ver, pero lo haré. Muchas noches he soñado con ella. Me trae loco, no me deja vivir. Esa es la razón. Y no me mire usted así, que también es un hombre y sabe de lo que le hablo.

Jamás se había cruzado con alguien así. Jamás. Tenía don de palabra, seguridad en su expresión. Sabía perfectamente de lo que hablaba. Era el candidato perfecto. Pero aún así, el entrevistador quería asegurarse. Le haría la pregunta definitiva.

Dígame cuáles son sus aspiraciones económicas. El candidato frunció el ceño al escuchar aquella pregunta. Se quedó pensando. El silencio se apoderó de aquella sala. Pasaron varias horas. El entrevistador lo miraba fijamente, gozando secretamente del espécimen que tenía delante. Llegó la noche. El teléfono rompió el silencio. Lo dejaron sonar hasta que se calló cansado. Por fin, el candidato abrió la boca. Ha de estar seguro, comenzó con gesto serio, que moriré antes de dejarme vencer por la adversidad. Que lucharé frente a los infames molinos con los ojos vendados, seguro que lo haré. Es todo lo que puedo decir.

El entrevistador no cabía en sí de gozo. Se puso en pie, excitado, tirando su libreta por los suelos, la silla por los suelos, su dignidad por los suelos. El puesto es suyo, gritó mientras abrazaba al candidato. Usted vale demasiado, amigo, demasiado.

Al otro lado del cristal, la luna clareaba. Acababa de empezar el invierno.

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