viernes, 8 de abril de 2016

Novela (I)


Será extraña, pero será. Pero novela.

Tengo una visión constante. Los veo jugando en la ribera de un río y amándose entre los cañaverales. Veo polvo y tardes de color rojo sangre. Hace calor. Veo como se hieren y se espolean hacia el abismo unos a otros. El tiempo dibujando, con letra de calografía, heridas invisibles bajo la piel. Rencor, odio y redención. Sexo y saliva. Veo casi todo. En forma de fotografías color sepia.

Pongámoslo en orden. Busquemos el tiempo necesario. Asesinemos a Pizarnik, a Durás. Arranquémosle las entrañas a Panero. Asesinemos a todos.

Es imposible, si no, llegar hasta el final.


1.
Durante las marchas, te quedabas rezagada en el camino, siempre la última en la fila de muchachos de sed y cantimplora. Él y yo marchábamos siempre a la cabeza del grupo, indiferentes a tus pasos, ajenos a tu cuerpo sucio y sudado y a su caminar espeso. Aunque siempre alguno, finalmente, terminábamos acabábamos mirando hacia atrás.
Estoy seguro que de eso jamás te diste cuenta.

2.
Te dije quítate la ropa y ni si quiera te diste cuenta de quién te hablaba. Mi cara quizás hubiera cambiado pero mis ojos seguían siendo los mismos. Tú te desnudabas frente a un extraño que antes fue tu piel y yo mientras yo te observaba desde detrás del espejo. Pero ahora era yo quien daba las órdenes. Del todo, niña, del todo. Mira a cámara y di tu nombre.
Traté por todos los medios que se notara lo que estaba disfrutando.

3.
Jacob te atusaba el pelo mientras yo te observaba desde la otra punta de la mesa. Me fascinaba ver como sus dedos largos y delgados desenredaban tu cabello maltratado por el cloro y el sol. La delicadeza de sus movimientos no se correspondía con la expresión de su rostro, con sus ojos grises totalmente desaparecidos. Y enseguida él te empujaba o te arañaba la cara en un arrebato mudo y colérico. Siempre lo hacía. Y tú no decías nada.
Mi sopa siempre estuvo fría nunca estuvo caliente.

4.
Allí, con la cabeza invertida, la espuma de la boca y la saliva te corrían mejilla abajo de forma viscosa y renqueante. Pensé, no sé bien por qué, en lava ardiente moldeando por al azar la ladera del volcán que la escupió insolente. Se me antojó que en ambos casos, la cicatriz permanecería hasta la próxima erupción.
Volví a acometerte mientras miraba de frente tu sexo seco.

5.
Te quedaste tumbada sobre el sofá de plástico, cubierta de semen, brillante y desnuda como una fruta almibarada. Tratabas de sonreír pero el asco se te notaba a distancia. Eso es lo que quise pensar, que sentías asco por lo que acababa de hacer con tu cuerpo. Pero no estaba del todo seguro. Te había sentido estremecer durante la cabalgada y hubiera jurado que, aunque sólo fuera un poco, realmente habías disfrutado sintiéndote mancillada, potreada. Reventada.
Tenías los ojos cerrados, pegajosos. Recuerdo tu bracear torpe tratando de encontrar algo con que limpiarte los párpados. Recuerdo acercar la cámara hasta dejarla a escasos centímetros de tu cara, tu aliento sobre el objetivo, el río negro y salvaje de rímel surcándote los pómulos. Tengo ese plano fijo en mi memoria y es al que más recurro. Una y otra vez.
Una y otra vez.

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