lo idílico de despertarse una mañana antes de tiempo debido al esclavismo tatuado en tu cerebro del diario; la lectura interrupta de la mañana por los gritos teatralizados y las onomatopeyas sonoras y catódicas; la grasa y el azúcar, el mármol y el azulejo, la porcelana y el petróleo, el perfume y el salfumán que pueblan tu cocina; el triunfo del capitalismo dibujado al mismo tiempo en dos zapatillas, las converse hechas pedazos que por fin me aventuro a tirar a la basura y las trendy de startup que descubro nuevas años después en el hueco de la escalera; deslizarse por los pasillos del super a ritmo de piano sin pensar que el camino de regreso a casa puede ser para siempre y costarme la vida; el sol de invierno sobre la franela usada, la crema de cara en el pecho, la estampa familiar idílica que deja la felicidad que pudieras creer haber rozado alguna vez tan lejos que ni siquiera es un jodido grano de cuarzo en el desierto; la siesta con luz natural, las revistas de tendencias y las magdalenas caseras, todo oliendo a café recién exprimido.
solo son las seis. pero es sábado.
y todo es tan perfecto, como siempre dentro de tu rutina, que nunca lo dirías posible
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