No hace demasiado que la puse, en un bucle continuo, desde Sevilla hasta Santa Olaya. O más allá, no recuerdo. Atravesando túneles, montaña abajo, y gritando. Desde fuera no se me notaría, iría siguiendo las leyes escritas del tráfico rodado y la conducta cívica del buen conductor. Pero dentro de la cabina iba saltando sobre el asiento, totalmente poseído por la nostalgia, la melodía y el subidón de los imbéciles. Con lágrimas cayendo alegremente por las mejillas. Llorando, por lo que fuera pero llorando. A mi lado, mi corazón de copiloto, enredado en sus historias. Rayado y ensimismado, recordando fiestas y desplantes. Recordando nombres y bailes. Y canciones. Y lugares donde estuvo sin estar y donde jamás volverá a estar. Viajando junto a mí como un extraño, despechado en su fuero interno.
No puedo decir si me sentó bien o no.
Quizás sí..
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